La mitad de su vida la pasó en un país que ya no existe, la Alemania del Este, bajo el régimen comunista que restringió su libertad juvenil. La otra mitad, bajo el privilegio que significa vivir en democracia en un país que ayudó a unificar, Alemania. El país que la tuvo durante 16 años como su canciller, reelegida durante cuatro períodos, hasta que decidió abandonar la política, “con alegría en el corazón”.
Angela Merkel, la ex canciller alemana a la que durante décadas se le agregaron los calificativos de “la mujer más poderosa” del mundo, “la dama de acero”, y ahora, cuando ya no gobierna, se le endilgan las dificultades actuales de Alemania, la relación con Putin y haberle abierto las puertas a la ultraderecha por causa de la inmigración siria. Una mujer a la que se aplica la tabla de valores del poder masculino, sin que se repare que el tiempo de Merkel fue un tiempo de paz, de prosperidad y de gran autoridad moral, respetada en el mundo entero.
Atravesó crisis financieras, el Brexit (la salida de Inglaterra de la Unión Europea), trató de incluir a Rusia en Occidente, ejerció su poder con autoridad moral. Si fue ingenua, un rasgo con el que en política se nos desvaloriza a las mujeres, el fracaso no es la ingenuidad, sino el autoritarismo de Putin que invadió Ucrania. El fracaso es de la dirigencia mundial que no pudo evitar las guerras. El problema no es aspirar a la paz, sino que el mundo haya regresado a su lógica armamentista. Si hasta la misma Merkel reconoce que Alemania tiene que aumentar sus gastos en defensa.
Desde que me pregunto qué somos las mujeres en la política, si sombra o metáfora del poder masculino, siempre vi en Merkel la novedad de un liderazgo auténticamente femenino, esto es, moderado, conciliador, humano, pragmático y por eso, no ideológico, no autoritario. Todo dentro de la democracia liberal y una convicción europeísta. Todo lo que su libro “Libertad” demuestra, confirma por ella misma, escrito con honestidad y sencillez. Dos años de trabajo para reconstruir esa vida extraordinaria. No sólo por haber llegado tan lejos sino por haber experimentado la falta de libertad, y haber vivido su vida adulta en una democracia y una nación a la que ayudó a unirse, a reunificarse. Las dos Alemanias divididas por un muro de verdad. No los que anteponemos por prejuicios o ideología. Por eso, en un país como Argentina donde sobreviven como cultura política los matrimonios en el poder, dirigentes mujeres nacidas a la vida pública por el soplo de una costilla poderosa de un padre o un marido, elijo poner la mirada sobre los aspectos que admiro en Merkel y hacen de su figura y trayectoria un auténtico modelo de liderazgo femenino, autónoma, racional e intuitivo a la vez, moderado, persuasivo y moral.
Ya el título del libro, “Libertad” (Freiheit en alemán), es toda una definición. ¿Qué es la libertad para Merkel? Ella se responde: “Para mí es una cuestión que me ha ocupado toda la vida, tanto en lo personal como en lo político. Para mí, libertad es averiguar dónde están los límites, es no dejar de aprender, no tener que permanecer en el mismo sitio, sino poder seguir avanzando, incluso después de haber dejado la política. Para mí, libertad significa poder abrir un nuevo capítulo en mi vida”. El que inaugura ahora con este libro, mezcla de memorias, reflexiones y crónica de un tiempo histórico, irrepetible. Ella cumple fielmente el consejo de su mentor político, Helmut Khol, quien ante su primera aparición pública, le aconsejó: “habla de tu biografía”. Efectivamente, reconstruye su infancia, hija de un pastor y una madre docente que aun cuando procedían de la Alemania democrática, Hamburgo, deciden hacer el camino inverso, cruzar hacia la Alemania comunista, donde descreían de los valores cristianos. Sin duda, ese padre austero, por momentos rígido, activista en favor de la libertad, influyó en la personalidad y las decisiones de Angela. Él le enseñó cómo eludir a los espías del Estado que buscaban captar soplones a cambio de prebendas y favores. “Di que eres olvidadiza. No recuerdas lo que te cuentan”. Sin embargo, el libro es eminentemente político en el sentido de la libertad y los derechos democráticos. Ya desde el inicio, evoca el día 5 de septiembre de 2015, cuando decidió abrir las puertas de Alemania a los miles de refugiados sirios que llegaban desde Hungría hasta la frontera de Alemania con Austria. “Viví esa decisión, y en especial sus consecuencias, como un punto y aparte, un antes y un después en mi vida de canciller”. Fue allí donde se gestó la necesidad de escribir un libro para explicar por ella misma su visión de Europa, la globalización, las migraciones. Pero vino el 24 de febrero de 2022, Rusia atacó a Ucrania, y entonces comprendió que era imposible escribir un libro como si no hubiera sucedido nada”.
Ahí están los 16 años en los que fue canciller de Alemania, confrontó con líderes como Donald Trump que “no cree en el win-win, en el que todos ganan sino que piensa en categoría de ganadores y perdedores” y apreció en Obama su precisión e inteligencia con el que gestó una verdadera amistad. El líder moderado que más se le parece. Merkel no elude las dos décadas de buenas relaciones con Putin, un tiempo en el que Rusia y el mismo Putin habían evolucionado desde una apertura inicial hacia Occidente.
A pesar de la invasión de Ucrania, Merkel sigue creyendo que fue correcto seguir insistiendo en mantener contactos con Rusia, al “fin y al cabo, junto a los Estados Unidos, una de las principales potencias nucleares del mundo y vecina geográfica de la Unión Europea”.
Al recordar la reunión de despedida que mantuvo con Putin, con quien se entendían en ruso, idioma que Merkel domina, se quedó con la sensación de que ya no quería hablar con ella de los temas en profundidad y “tenía puesta la mirada en el próximo gobierno de Alemania”. Once meses antes de su despedida de Putin, había visitado en la cárcel al opositor ruso Aleksei Navalny y a su esposa, Julia, en el hospital de Berlín en el que se repuso tras el intento de envenenamiento en Tomsk en agosto de 2020. Una vez restablecido, Navalny, regresó a Rusia, fue detenido en el mismo aeropuerto , vivió un “martirio de tres años” y murió en un campo de prisioneros ruso.
Merkel cree que no se debe subestimar a Putin, pero tampoco descreer de la OTAN y Ucrania. “Nuestras fuerzas son importantes, pero no infinitas. Nadie debería esconderse detrás del otro. La tarea política común consiste en determinar lo que es posible de manera realista y así hacer lo correcto. Eso sólo se conseguirá con sinceridad y confianza mutua”.
Si es cierta la observación de Bioy Casares , “los hombres hablan de historia, las mujeres de filosofía”, hay en el libro historia y filosofía, o sea, los hechos históricos narrados por una protagonista fundamental y mucha reflexión en torno a las decisiones que tuvo que tomar. Pero confieso que las partes del libro que más me atrajeron son precisamente las que Merkel reflexiona profundamente sobre el sentido de la vida política.
Los que entraron a su despacho, siempre vieron la foto de Konrad Adenauer y la bandera de Alemania. Como si fuera una travesura, en un rincón, aún embalado en el plástico de burbuja con el que se protegen los objetos frágiles, Merkel escondió una pequeña figura con la intención de mostrarla cuando ya fuera ex canciller. Una escultura del artista Thomas Jasfram que adquirió en 2019 al visitar una muestra dedicada a las mujeres. Le llamó la atención una figura femenina, diferente a las demás, con alas en los pies y en la espalda, el occipucio desnudo. “Era inconfundible Kairós. Diferente a Cronos, el dios del tiempo que transcurre uniforme. Kairós volaba por los cielos y había que esperar el momento justo para atraparlo por el copete”, describe Merkel. El artista se quedó sorprendido por su especial interés en esa pequeña pieza. La entonces canciller explicó: “He pasado en mi vida incontables horas reflexionando sobre el momento oportuno. En política eso es increíblemente importante, una debe atrapar el instante correcto, es lo que decide el éxito o el fracaso”.
En retrospectiva, al mirar hacia todas las situaciones en las debió tomar decisiones idóneas, reconoce que pudo permanecer tantos años como canciller “porque en las situaciones decisivas intuía cuando había llegado el momento correcto, igual que en el salto del trampolín de la clase de natación de mi infancia”. Cuentan que antes de saltar, Merkel se tomaba tiempo, como si tuviera miedo. En realidad estaba esperando el momento justo, oportuno, para dar el salto.
Igualmente autocrítica, reflexiona sobre la forma en la que “hablamos los políticos, incluyéndome a mí misma. Tendemos a evitar las preguntas, a llenar los minutos para, si es posible, cortar de cuajo a la siguiente pregunta crítica, a utilizar a menudo tópicos en lugar de formular frases inteligibles”. Reconoce que cada actividad cuenta con su lenguaje propio, pero confiesa que le cuesta escuchar a determinados políticos durante una aparición pública o en una entrevista “porque hablan mucho y dicen poco”.
Ella necesitó 800 páginas y dos años de trabajo para revisar su propia vida, sin dejar de alentar a los políticos más jóvenes a que no teman responder de manera concreta a preguntas concretas. La escritura del libro le permitió regresar al que es su leitmotiv, el sentido de la libertad. Dejó atrás el pasado para “encontrarse con nuevos milagros, crecer de nuevo alejada de lo viejo”, los versos de una de las canciones con la que la despidieron canciller, para rematar: “La verdadera libertad no tiene que ser únicamente en beneficio propio, pues también tiene sus reparos y escrúpulos. La verdadera libertad no es por sí misma la libertad de algo, de la dictadura y la injusticia, sino que se demuestra en la responsabilidad por algo: por el prójimo, por la comunidad, por la sociedad”…”La libertad requiere de condiciones democráticas, sin democracia no hay libertad, ni Estado de derecho, ni defensa de los derechos humanos. Si queremos vivir en libertad, debemos defender nuestra democracia, dentro y fuera de quienes la amenazan”.
Con fama de irónica, Angela Merkel en las últimas líneas revela que no ha olvidado los tiempos del control, pero devuelve su venganza íntima. Recuerda que en el despacho que dejó en Unter den Linden, sólo se había sentado el ex canciller Helmut Kohl y, también, antes de la restauración del edificio, Margot Honecker, la antigua ministra de Educación del Pueblo del régimen comunista a la que le dedica sus frases finales: “Ella no pudo impedir que a pesar de su política educativa, yo fuera capaz de encontrar el camino a la libertad”.
Norma Morandini
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